Ella lo dejo, yo lo vi, el lloraba detrás de ella en la plaza. El se sentó, pobre hombre, todo el mundo lo miraba. Una paloma se le acerco, saco pan de sus bolsillos y llegaron miles. Su única sonrisa fue que las palomas no se iban aunque el ya no tuviese pan entre sus dedos y que más tarde todo el mundo lo veía como el señor de las palomas santiaguinas, sin saber que acontecía.
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