Bajar de un limbo y subirse en el, con el sabor agraz de la soledad y del abandono, pero asimismo, con la dulzura del padre, subiendo kilos.
Sabor amargo del encierro, con un palpito de placer mundano que se fue.
La historia se cuenta sola, de niña a mujer.
Cuarentena sórdida desde una ermitaña, pasando años de auto encierro, con encierro desde el virus, con mi padre en casa, de nana todos los días. Sabor a preocupación, sabor a cariño y a netflix.
Cuando era niña, pasábamos encerrados en la población, pero salíamos a jugar al cuadrado del block por que era gratis, también íbamos a la piscina vecinal a pasar nuestras vacaciones, bajo la playa de un departamento de 33 metros cuadrados. El sabor de la pobreza y del encierro sin lucas, era normal. Más aún cuando eran fechas celebres, pues nos cortaban la luz por semanas, pues eramos pobladores de una comuna pobre y que a nadie le importaba.
Después cuando crecí como ganadora social, el encierro fue auto complacido por mi, porque debía estudiar para mantener la beca social de caridad en el colegio de clase media que me adopto y me dio la opción de ir a la universidad, así que cuando fui, la disciplina del sabor ermitaño fue normal, pero luego de los años y la adultez, exploto a mil, como caballo de carreras que termino exhausto, con sabor triunfador, victorioso y muy cansado.
La potranca cansada sigue acá, muy acostumbrada al encierro auto impuesto, pero no al impuesto por otros, con sus perros de la calle, ansiosa con antidepresivos, trabajadora, poeta y con sueño, por hoy, sabor a tranquilidad, sola y con lluvia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario